miércoles, 2 de noviembre de 2011

No es indiferente...


Para comprender mejor este artículo, es conveniente leer el que publicamos el 3 de octubre de 2011: Palabras y significados: Teísmo, Deísmo, Ateísmo y Agnosticismo.

No es indiferente ser teísta, deísta, agnóstico o ateo. Las consecuencias personales, sociales y políticas así lo demuestran.

Y para entender mejor lo que a continuación se tratará, conviene partir de la idea clara de que el teísta vive teniendo en cuenta a Dios en su vida, mientras que los demás no. El deísta, como sabemos, cree que Dios, una vez creado y ordenado el mundo, no se ha ocupado más de él; el agnóstico cree que no es posible saber si Dios existe, ya que piensa que sólo podemos estar seguros de los datos de la experiencia sensible (lo que vemos, tocamos...); el ateo, finalmente, piensa que Dios no existe.

Dicho todo lo anterior, pasemos a ocuparnos de las consecuencias de ser creyente (teísta), sobre todo, católico.

El teísta cree que hay un Dios que ha creado y ordenado todo cuanto existe. No sólo el universo, cuyo orden la ciencia trata de explicar cada día de mejor manera; sino también al hombre, dándole un orden a sus actos: en lo personal, en lo social y en lo político, que debe llevarlo a la finalidad para la cual ha sido creado: alcanzar la plena bondad y felicidad.

Conforme a esta certeza, el teísta tiene un ideal de vida: excelencia en la virtud que lo lleve a formar una sociedad justa, donde todos tengan la oportunidad de lograr su pleno desarrollo y felicidad. Lo que garantizaría el logro de este ideal sería un modo de vida regido por las Leyes divinas, las que ordenarían la vida social a través de leyes humanas que respeten ese orden moral que Dios ha dado a la vida del hombre para que pueda alcanzar su fin. La fe del teísta le lleva, entonces, a entender la Política como la tarea de conducir al hombre a la consecución de su bienestar y felicidad, según Dios, quien mejor que nadie sabe lo que conviene al hombre.

Vemos, pues, cómo la fe en un Dios Creador y Ordenador trae consecuencias en la actuación del hombre en su vida personal, social y política. El gobernante teísta dictará las leyes ajustadas a la Ley divina, para garantizar una vida social justa que permita una vida en paz.  Así, legislará en favor de la vida (desde la concepción hasta la ancianidad); en favor del matrimonio heterosexual (que corresponde a la diferenciación sexual que ha dado la naturaleza al género humano); de la justicia social (importante para una convivencia social pacífica), etc. Para el teísta, Dios es la medida de todas las cosas.

No es así con quien no cree en Dios o prescinde de Él. Para este tipo de personas, el ordenador de la vida social no es Dios con sus Leyes, sino el hombre con las suyas. Si el gobernante ateo, deísta o agnóstico viera conveniente legislar en contra de la vida (aborto, eutanasia); o del orden de la naturaleza (matrimonio entre invertidos); o de la justicia social; lo haría sin más; porque para él es el hombre la medida de todas las cosas.

Dejo las cosas ahí, para volver más adelante sobre las mismas. Las verdades del pensamiento católico hay que digerirlas poco a poco, para lograr una buena intelección de las mismas.

De todos modos, llamo la atención sobre lo siguiente: ¿no se ha dado cuenta, estimado lector, que los debates entre nuestro Cardenal y los militantes pro-aborto, pro-matrimonio gay, feministas, laicistas y "libre-pensadores" expresan lo que se ha explicado más arriba?  El señor Cardenal es teísta, los otros no lo son. Para el señor Cardenal, las cosas se miden según Dios; para los otros, las cosas se miden según el hombre.





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